El verso se deshizo en la lluvia ácida del espejo.
La ventana muerde los barrotes de la luna ciega,
y en su jaula de cristal,
tú desvestías al infinito.
Tu columna vertebral era un racimo de parpadeos,
y tus senos, dos lunas nuevas
amamantando a la noche.
Tu ombligo era un remolino
donde naufragaban todos los relojes.
Con un dedo de niebla,
escribiste en el vaho de los sueños
tu leyenda de piel:
Soy la costilla que le falta al horizonte.
Y yo, con los ojos llenos de cometas,
traduje el latigazo de tu forma
al alfabeto del relámpago.
Ahora,
solo guardo el eco de tu cintura
y un silencio que germina
en el invernadero de las sombras.
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