Una geometría del vacío
que se pliega
sobre sí misma.
Una contracción
en el centro de todo:
el eco de un nombre.
Pero es una ausencia cálida,
un molde
donde el amor no llegado
solidifica en signos.
Un enjambre de símbolos
-pequeños dioses negros
corta la niebla del deseo,
la promesa incumplida
que yace
en el silencio entre dos pensamientos,
en el intersticio.
Es la marea alta
en la conciencia,
y entonces emergen los cantos,
los mapas que trazan
el territorio interior.
Los símbolos son puentes
lanzados desde el abismo
para volver audible
la compañía constante,
la única fiel,
que susurra el mandato:
fijar la sombra.
Las noches de pupila pálida
que miran fijo
e inoculan el anhelo
de existir amando
el vacío.
La dulce y áspera compañía,
celebrando el rumor
de lo que calla.
aapayés

