Lo supo la luna de yeso
cuando el alma abre parpados
en la espalda de la noche:
si no llueve azogue en el espejo,
es porque tus ojos
han plantado astillas en el jardín.
No recojas sombras ajenas
ni pongas monedas en la boca del eco.
Ama con las telarañas del ombligo,
donde la sangre es un diccionario
escrito al revés.
Y yo aquí,
mueble olvidado en la estación del sueño,
donde las arañas tejen relojes de arena,
escribo tu nombre con raíces de silencio.
Y Venus lo descompone
en un abecedario de peces voladores
que memorizan el frío.
aapayés

