La soledad es un ácido
que carcome los huesos del alma,
un frío que no hiela
sangra por las grietas del ser.
Es la sombra que se enreda
en las costillas,
un susurro de gusanos
cuando el amor golpea la puerta
con sus nudillos de polvo.
Pero esta podredumbre
es un banquete perverso,
un festín de caricias negras
y amores que nunca nacieron,
susurrando epitafios
en el ataúd de la memoria.
Las palabras son moscas zumbantes,
símbolos que se retuercen
en el pergamino de la piel,
violando los espejos
donde la esperanza se ahorcó.
Son larvas
que devoran los párpados
para que contemples
el vacío que sonríe
desde el otro lado
de la noche.
Es el éxtasis del ahogo,
la marea de alquitrán
que empuja cadáveres de versos
desde las profundidades,
poemas desenterrados
que muestran tu podredumbre íntima,
tu más pura descomposición.
El alfabeto es un virus
que incubas en las entrañas,
un cáncer que grita
la simetría perfecta
de tu condena,
tu eterna compañera,
que te susurra el hechizo
para momificar el tiempo.
Las noches con su ojo lechoso
que inyecta vértigo
y siembra la herejía
de amar a la nada
como a una amante.
La pálida dama,
tejiendo sudarios
con el hilo del silencio.
aapayés

