No hay voz,
solo el gemido del jazmín
abriéndose en tu espalda.
Tu deseo, una ostra húmeda y hambrienta
que naufraga en la boca de la luna.
Un rocío de saliva
anegó los versos.
El verbo, desnudo y en llamas,
trepó por tus muslos
grabando un alfabeto de cicatrices en la cintura.
Y tú, ahí,
con tus senos de vino y tormenta,
tu sexo, un relámpago entre la hierba,
invadiendo el espacio
entre el susurro y el grito.
Eres la fiera que ordena el caos,
la diosa que parte el cielo en dos.
Un verso de amor
con la anatomía de un río crecido.
Un aullido de pasión
con sabor a selva y metal.
Eres la dueña del éxtasis,
el beso que incendia los mapas,
tus piernas, dos olas que tragan
la costa virgen de mi nombre.
Eres la dueña de mi sexo
Penetrando tu entraña
Y abriendo espacio literal
De tus deseos
Al placentero mundo de sentir
El erguido gesto de un amor
Devorando tus espasmos
Allí, el erguido símbolo de un amor
devora tus espasmos.
Que este incendio de labios
sea el úrano origen
de tu llegada:
Esta lengua que bebe el trueno,
este verso-anaconda
enredado
en la geografía de tu lava,
manantial de veneno
en la cueva de los espejos.
Para injertar
el poema convulso
a tu belleza de animal y diosa,
esposa del huracán
y de la mano que siembra
volcanes en la yema del tacto.
Eres dueña de mi impulso,
al hundirme en tu entraña.
Abro en ti un surco nuevo
donde anida el deseo,
un portal hacia el mundo
del puro sentir.
Bebiendo a sorbos tu centro
mientras tu cuerpo
estalla en un viñedo de espasmos.
aapayés