Cuando pequeño al dormir sobre todo de noche, solía orinarme de cuando en cuando, dormíamos en cunas. Éramos muchos niños, los de mi grupo tendríamos cinco años. Éramos tres grupos que las cuidadoras y el centro nos diferenciaban de una manera muy simple; “chicos, medianos y grandes”. Yo era de los grandes.
Una noche antes de dormir y de sorpresa, tres de las cuidadoras me agarraron con fuerza, una presionó mis piernas y pies. La segunda, los brazos apretando y amarrando con su manos mis pequeñas manos de niño de cinco años. La tercera, y, en una de sus manos, una vela. Y con una pequeña llama que adivinaba el goteo de una cera que en la piel, quemaría. Levantó mi pijama y justo en mi ombligo las gotas se pequeña en mi tierna piel. En un segundo sentí ese calor inesperado y descubierto por mi a tan corta edad. Los gritos, eran sordos mientras una me tapaba la boca para que mi llanto no saliera y sobre todo, se oyera. La evidencia de lo que ellos hacían, era mi llanto de no soportar lo que ahora cualquiera llamaría, tortura.
La mujer de la vela no dejaba de repetir:
-"¡Esto es para que no vuelvas a mojar la cama ni el pijama!, ¡ni mojes! ¡la cuna!" Así una y otra vez hasta dejarme exhausto. El ardor, sobre todo el dolor…, se ha quedado grabados en mis recuerdos.
No sé si con tal drástica manera de hacer que un niño de unos cinco años, dejará de mojarse al dormir. No sé ni recuerdo si dejé de orinarme en la cuna. Pero lo que si sé es que el dolor y el sufrimiento causado, cuando a penas rondaba los cinco años se han quedado como un mal recuerdo de mi niñez.
aapayés