domingo, 14 de diciembre de 2025
En algún lugar de El Salvador
sábado, 13 de diciembre de 2025
Relato III de un prisionero político en las carceles clandestina de El Salvador
El Cáliz de la Infamia
Eran los días del secuestro y la desaparición, una época en la que el tiempo perdía su ritmo y la oscuridad se volvía tangible. Mi existencia se había contraído hasta caber en un limbo de ceguera y dolor perpetuo: vendado, semidesnudo, con los brazos inmovilizados a la espalda por esposas que mordían la carne. Un short era mi única prenda en aquellas mazmorras de los escuadrones de la muerte.
Incontables horas se habían acumulado, despojadas del consuelo del alimento o una sola gota de agua, mientras era sometido al suplicio insomne de permanecer de pie. Mi cuerpo, un fardo exánime, era arrastrado en las madrugadas lúgubres hacia otro antro, un lugar helado donde el dolor se aplicaba con saña metódica. Tras cada sesión, regresaba a mi encierro como un despojo, medio muerto por los choques eléctricos, la capucha asfixiante y la violencia innombrable que todo lo habitaba. Y cuando el agotamiento quebrantaba los últimos vestigios de mi voluntad y me derrumbaba sobre el suelo frío, la respuesta era inmutable: una lluvia de golpes que, a fuerza de brutalidad, me obligaba a erguirme de nuevo, a persistir en aquel suplicio sin horizonte.
Exhausto, al borde mismo de la disolución, sentía cómo la deshidratación agrietaba mi garganta y nublaba mi razón, convirtiendo cada pensamiento en una sombra. Fue entonces cuando, en un acto de puro instinto animal, decidí arrastrarme. A ciegas, guiado solo por el tacto de mis pies sobre la losa fría, me deslicé hacia el rincón donde intuía el baño. Me incliné sobre la taza del retrete y, en un gesto de suprema humillación, hundí la cabeza en su interior para beber.
El primer sorbo fue un veneno: un líquido espeso, de un sabor y hedor a orines y excremento que se me antojó insufrible. Pero, bajo el asco inmediato, brotó un alivio primitivo, un espasmo de vida que mi cuerpo, desesperado, reclamaba a gritos. Y volví a sumergirla. Una y otra vez, en un rito macabro, apagué mi sed con el agua putrefacta de aquel lugar.
Días después, tras otra vuelta de calvario en las celdas de tortura, repté nuevamente hacia el mismo rincón. Vencido por la necesidad, me incliné y hundí el rostro en la taza. Pero esta vez, mis labios y mi bigote no encontraron solo la humedad nauseabunda, sino la masa sólida y repulsiva de los excrementos. Una náusea visceral, surgida de lo más hondo de mi ser, me recorrió entero. Arranqué la cabeza hacia atrás con un espasmo y con las manos aún prisioneras a mi espalda, inicié un ritual de purificación desesperado del agua putrefacta, una y otra vez vaciando aquella agua inmunda, la suciedad tangible, sino la mancha indeleble de la humillación. Hasta que, agotado y vencido, no me quedó más consuelo que inclinarme de nuevo y reanudar el sacrilegio, bebiendo, una vez más, de aquel cáliz de podredumbre en las mazmorras clandestinas de los escuadrones de la muerte en El Salvador.
aapayés
viernes, 12 de diciembre de 2025
Rodando por la escalera de las nubes
jueves, 11 de diciembre de 2025
La noche de luna ciega
miércoles, 10 de diciembre de 2025
Ya no habrá labios para el silencio
martes, 9 de diciembre de 2025
Los arquetipos del olvido
lunes, 8 de diciembre de 2025
Comiendo heces en el cementerio
domingo, 7 de diciembre de 2025
La Soledad
sábado, 6 de diciembre de 2025
En las aduanas del pensamiento
viernes, 5 de diciembre de 2025
Me conmueve el silencio de tu belleza
jueves, 4 de diciembre de 2025
Con tu cuerpo delineando tentaciones
miércoles, 3 de diciembre de 2025
Su mano izquierda siembra el tiempo
Relato II de un prisionero político en la carceles clandestinas de El Salvador
La noche era de vida o muerte.
A mediados de la semana de estar secuestrado y desparecido en las cárceles clandestinas de los escuadrones de la muerte de la Policía de Hacienda de El Salvador.
Me llegaron a sacar a media noche, de la celda donde me tenían en medio, de pie, todo el tiempo vendado de los ojos y con los manos hacia atrás, y esposadas, sin dormir, sin comer, sin agua y sin nada de ropa, solo el pequeño short que me habían puesto los verdugos del régimen al llevarme cuando me secuestraron.
Me sacan tres elementos fuertemente armados, y me llevan a un vehículo particular, sin placas, vidrio polarizados.
Esto lo hacían cuándo sacaban a los secuestrados y los llevaban a matar, y dejarlos tirados en los basureros de Mejicanos, Cuscatancingo, Santa Lucía, en el Playón...
Llegamos a un río o lago, me sumergieron complemento en el agua, y me disparaban cerca de los oídos, con un sonido espeluznante y aterrador, de sentir el impacto perforar mi cabeza en cualquier momento, así me tuvieron por un tiempo, podrían haber sido la una o dos de la madrugada. Después de un tiempo. Me sacaron y me volvieron a llevar al vehículo y en medio de la carretera, no sé cual o hacia donde era esa dirección, sé que era una calle helada, fría complemento pagado a mi vientre y pecho.
Uno de ellos colocó mi cabeza de lado y con la bota en el rostro la contramano al asfalto y gritó "DALE" y el vehículo arrancó y se acerco a mi cabeza una de las llantas del vehículo y la puso pegada a mi cabeza, que con un cálculo profesional, encendía y aceleraba el motor moviendo con una fuerza calcula que rozaba mi cabello una y otra vez por un tiempo.
Mi pensamiento siempre fue, que ese día al amanecer, mi familia encontraría mi cuerpo vendado de los ojos y amarrados de los dedos pulgares de las manos hacia atrás sin ropa quizá con el short que me habían puesto...
Fueron los tiempos de lucha revolucionaria en El Salvador y tiempos de esperanza.. a pesar de todo
aapayés
martes, 2 de diciembre de 2025
La raíz del verbo mental
lunes, 1 de diciembre de 2025
Paraíso de la celda fría y oscura
domingo, 30 de noviembre de 2025
Poesía de un instante perverso
sábado, 29 de noviembre de 2025
Soy la estirpe de un pensamiento
viernes, 28 de noviembre de 2025
Soñadora de un amor in crescendo
jueves, 27 de noviembre de 2025
Tu desnudez
miércoles, 26 de noviembre de 2025
Me enternece el silencio que gotea de tu belleza
martes, 25 de noviembre de 2025
Un delirio en tus labios
lunes, 24 de noviembre de 2025
Una imagen recorre el silencio
domingo, 23 de noviembre de 2025
Como mito intacto en el relato.
sábado, 22 de noviembre de 2025
El beso que escribe alfabetos en el vacío
viernes, 21 de noviembre de 2025
Con las manos sembradas en la espalda
jueves, 20 de noviembre de 2025
La mirada es un río de sombras
miércoles, 19 de noviembre de 2025
El amor que lleva el verso de tus labios
martes, 18 de noviembre de 2025
Un recuerdo robado por el viento
En los intestinos del olvido
lunes, 17 de noviembre de 2025
Tu imagen es el algoritmo de lo sagrado
Un latido que escribe
domingo, 16 de noviembre de 2025
Emociona el eco de lo bello
Tergiversando la realidad de la noche a la mañana
sábado, 15 de noviembre de 2025
En el arcoíris de una ilusión mordida
viernes, 14 de noviembre de 2025
Cartografía de lo Invisible
Relato IV - Leonsito - Represión y crímenes en El Salvador
-Leonsito
A la sombra protectora del Hogar del Niño, donde los juegos infantiles se mezclaban con el rumor de los oficios, vivía un muchacho de quince años al que todos llamábamos Leonsito. Su cabello, un tupido crespón negro que coronaba su rostro, era su seña de identidad. Formaba parte del FAPU, una elección que llevaba el peso de una conciencia prematura en un mundo adulto y hostil. Sin embargo, un día, Sor Gladys, directora del internado, dictó su destino: la expulsión. El hurto de unas viandas de la cafetería, para alimentar a los compas de la ENCO que tenían sus actividades en el FAPU en dicho centro educativo de Bachillerato. Fue un gesto solidario y un acto desesperado cuya motivación se perdió en los ecos del kindergarten, la carpintería y la sombra serena del árbol de paternas, selló su sentencia de muerte, sin saberlo todavía.
De vuelta al inhóspito regazo de su hogar, el sueño lo envolvió una noche como un frágil manto. Pero la paz fue quebrada por un estruendo siniestro. Golpes brutales contra la puerta, como martillazos del infierno, forcejeos de madera que cedía ante la furia y voces guturales que escupían su nombre con saña. Eran los heraldos escuadrón de la muerte.
La puerta se abrió de par en par y la habitación se llenó de sombras armadas, hombres de civil con el alma vestida de oscuridad y de odio. Cayó sobre él una tempestad de puños e insultos, pero Leonsito, cuyo espíritu era combativo y feroz, no se entregó al miedo. Con la rabia de un animal acorralado, les plantó cara, gritando consignas y devolviendo cada golpe con la desesperación de quien defiende su último aliento. Fue una lucha feroz y desigual. Lo arrastraron, y en el forcejeo, la tela de su ropa se rasgó como su dignidad, dejándolo casi desnudo ante sus verdugos. Su rostro, el mapa de sus quince años, fue borrado a golpes, convertido en un surco de dolor e ira.
Desapareció de la faz de la tierra, tragado por la noche impune. Dos días después, su familia, tras una búsqueda angustiosa, lo encontró en el vertedero de lo humano, abandonado entre los desechos de la ciudad. La atrocidad final había sido cometida con machetazos; su rostro, irreconocible, era un testimonio mudo de una crueldad que desafía toda comprensión.
La verdad de su fin llegó a la luz a través de la fotografía publicada en “Orientación”, el periódico del Arzobispado de San Salvador. Bajo la sombra profética de Monseñor Romero, aquel medio se alzaba como un faro alternativo para denunciar las violaciones de los derechos humanos que teñían de sangre los años setenta y ochenta.
Nosotros, los que lo conocimos, vimos esa imagen impresa. No había rasgos, ni sonrisa, ni mirada. Solo una porción de su frente, testigo inmutable, y su característica cabellera afro, enmarañada y rebelde incluso en la muerte. Era el único testigo de su identidad.
Era tan solo un niño de quince años. Uno entre los miles, una cifra más en el incontable número de jóvenes que fueron arrancados de la vida, desaparecidos o asesinados por los escuadrones de la muerte en El Salvador. Leonsito no era solo un nombre; era un símbolo de una juventud truncada, un recordatorio eterno de la barbarie que, desde las páginas de un periódico y la memoria de los suyos, clama al cielo para que su historia no se repita jamás.
En Memoria a Leonsito, hermano compañero desde la Cuna en el Hogar del Niño de San Jacinto, en San Salvador
aapayés


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