Una caricia de silencio,
una mirada que germina
en el almácigo del aire,
y un enjambre de palabras
para tejer tu nombre en el vacío.
Un arcoíris de promesas deshojadas
y el fruto de un beso que nunca cayó,
madurando en la tarde inmóvil.
Lo guardo en la raíz del alma,
lo habito como a un fuego antiguo,
y mi voz es un río de cristales
ahogando la agonía de sentir
el fantasma de tu roce
en la fugacidad que dejaste.
La mirada es un río de sombras,
un perfil tallado en azogue
bajo la lámpara bifronte del poema,
mientras los versos, jaulas de oro,
liberan el ave extinta de ser
el polvo de astilla en tu centella.
Me bebo tu esencia,
me despojo de mí,
y grabo tu nombre en el mármol del viento
frente al osario de los anhelos.
¡Oh, qué sinfonía la de este sueño!
Y qué divino laberinto,
pensar el nido de tu calma
mientras yazgo con el mito de tenerte
durmiente en la orilla de la noche.
Un alba de pétalos y presagios,
un ósculo que canta,
y una caricia hecha de aurora
con tus párpados sellando el tiempo,
mecidos en el vaivén de la eternidad.
aapayés

