Ya no habita el verso
que incrustaste en el alba
de la ventana,
ese umbral que abrías
cuando la noche volvía ciega a la luna.
Y tú, erguida,
un sauce de sombra y frío,
desnudabas al tiempo
con tu piel de horizonte.
Tu silueta, un caligrama de ausencias,
trazaba en el aire
el mapa de mis tatuajes.
Y escribiste
con aliento y rocío
sobre el cristal tembloroso
el único poema:
Tu desnudez era un río.
Y yo, ebrio de tu geometría,
fulminé en la noche
los versos que la luna
no supo escribir.
aapayés

