¡Los pergaminos!
Aquellos que en su arrugada piel
grabaron a fuego la nostalgia más honda
y atesoraron, cual avaros,
la inmensa, la cruel riqueza de tu belleza…
¡Los encontré!
Yacían, moribundos, abandonados
en la gélida y yerta cabecera
de mis sueños rotos.
Y en un sollozo, quise leer…
mas fue en vano.
¡Mis ojos ciegos ni siquiera pudieron descifrar
el maldito título de tu nombre!
¡Oh, los pergaminos!
Aquellos que nuestras almas leyeran
en un éxtasis de juventud,
ya se cubren, ya se ahogan
bajo la ceniza gris del tiempo insomne,
hundiéndose para siempre
en el insondable,
traicionero océano de esta vida.
aapayés

